viernes, 6 de diciembre de 2013

Los días azules

5 de Octubre, celeste



La búsqueda desesperada de un objeto perdido deriva en un relato que pretende caber en los casi cuatro minutos de vida de la melodía de fondo.
Repasa mentalmente todos los lugares posibles, vuelve sobre sus pasos intentando recordar y así encontrar; no será lo perdido, pero conseguirá ambas cosas. Escucha su nombre y al voltear un movimiento brusco golpea accidentalmente el mueble que, al tambalearse deja caer un libro, lo mira en el piso, trata de adivinar el título pero renuncia enseguida y prefiere agacharse a levantarlo, al hacerlo lo primero que puede leer es: 
"un pedacito de sueño para caminar” Rafael 9-mayo-2010
Al pasar la página encuentra la imagen de una jacaranda en el parque de Santa Inés, sonríe, ahi están ellos, los dos al pie de aquel árbol, sentados en la jardinerita de unos quince centímetros de alto.
Lo siguiente es el primer párrafo que le devuelve el momento, Rafael entregó una bolsa muy especial, plástico blanco con el escudo de la universidad nacional en azul, contenía Utopía de Tomás Moro y un disco de Yann Tiersen, él mira insistente. A cambio recibe un gracias y una sonrisa inmensa que, seguramente incluye su característico gesto nervioso del pequeño mordisco en el labio inferior, le acompañan un corazón agitado y unas manos torpes y emocionadas, una mirada que quiere encontrar la suya. Cerca estuvo el abrazo, sí ,uno impulsivo, fuerte y sincero, uno que esperaba ser largo hasta desembocar en el par de palabras que daban cuenta de aquel sentimiento intenso y profundo que profesó hacia él por años, el mismo que le provocaba suspiros frecuentes y sonrisas sin sentido cada vez que lo veía aproximarse.
Quiso, pero nunca le contó a Rafael la otra historia de ese lugar, una que se escribió antes de aquel nueve de mayo. Quiso contarle acerca de la búsqueda de aquella casa que conoció una madrugada, en la que su camión se desvió del camino cotidiano en la mañana más oscura de diciembre.
Le gustaba entretenerse con cosas simples, buscar ventanas abiertas o luces encendidas a tempranas horas; ese día miró más alto y encontró la escultura de un perro, custodiando la ciudad desde su sitio. Se enamoró de la posible historia de aquella esquina, al momento seguramente se inventó algo, y ese algo distrajo su mente y sus sentidos durante el resto del trayecto, cuando al fin reaccionó pensó en regresar y fotografiar el lugar,sin embargo desconocía su ubicación, la cantidad de vueltas que su transporte diera para llegar y salir de ahí y su enfermiza manía por la distracción fueron las culpables de ello. Recorrió el rumbo una y otra vez mirando todas las azoteas céntricas con la esperanza de encontrar la casa, todo fue inútil. Como le sucedía con frecuencia, con el peso de la decepción a cuestas abandonó y, pasados los días, el olvido hizo su labor.
Por esas cosas para las que uno desprecia cualquier explicación, quizá un viernes o un miércoles al caminar de regreso a casa sintió una intensa necesidad, quería sonreír, la melancolía le sugirió volver a Santa Inés, obedeció. Miró la jacaranda, su vista la recorrió entera de la raíz a la copa, descubrió que el sol de las cuatro deslumbra fuerte y de inmediato desvió la mirada hacia su derecha, de pronto ahí, en la azotea de la esquina de la antigua calle sola, estaba el perro al que dedicó pasos y tiempo. Fue toda una revelación, un grato y predestinado encuentro.

Un sonido irrumpe, lo reconoce, es la veleta del mecanismo de cuerda en la cajita de música, anuncia el fin de la pieza, el cilindro gira más lento y las lengüetas tocan cada vez menos notas hasta parar en eco agudo. 
El parque, el perro, el árbol y el sentimiento han perdido intensidad en el color, han pasado tres años y con ellos se han palidecido de a poco, sin embargo guardan la calidez del sepia que les ha teñido y eso, para estos días de tonos fríos, le basta.
A Rafael, con gratitud.

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