Hay cosas fundamentales en la vida que nunca deben olvidarse: la palabra empeñada, los compañeros de viaje, los días de infancia y el rostro de la madre; las fechas también tienen lo suyo, aunque parezca que hay relación poco tienen que ver con las matemáticas, así que son de fiar.El día que se nace, el día que se muere y, cuándo el día que se vive, para el último no hay números, hay nombres , hay alguien que cuando hace falta siempre vuelve y a veces inunda la mirada y a veces dibuja la sonrisa.Cuando era niño cuenta Juancho, en la vecindad vivía el ciclón rojo, era un luchador profesional o eso nos decía, nos daba boletos para ir a verlo a la Puebla; cómo ha cambiado todo, concluye al mirar alrededor de los patios que aun guardan los ecos de aquel niño. Juan creció, se hizo adulto y aunque no lo haya dicho nunca, él siempre soñó con ser un profesional del fútbol, ahora cada dos de noviembre después de ir a dejar flores a la mamá que perdiera a los 13 años, regresa a aquella calle, a aquella casa y cuenta aquella historia.Irene lo tuvo muy difícil también, nunca se lo he preguntado, pero siento que ella soñaba y aun sueña con haber sido niña algún día, porque siendo la mayor de nueve hermanos no hubo tiempo. Ahora se contenta con permitir que la menor de sus hijos descanse sus pensamientos en sus rodillas mientras ella mira desde su sillón como es Galicia y le cuenta que pudo ir a la madre patria, porque las personas con las que trabajaba le ofrecieron llevarla hace más de treinta años.Cuando se llega a mayor se comprende que una parte de la vida pertenece irremediablemente al recuento de aquellos nombres y números, nostalgia le pusieron; hoy me ha llegado la hora, posiblemente en un futuro no sabré que fue en un tres de julio cuando me dio por repasar un poco de historia personal, que volví a pensar en los perros que estuvieron a mi lado en la malas y en las peores, que recordé mi gusto por comer tierra de macetas o buscar lombrices bajo los ladrillos, que amarraba hilos a las patitas de unos pobres mayates solo porque a mi hermano le parecían helicópteros; que igual me vino a la memoria un remedio infalible para las penas que mi madre puso en práctica conmigo, me contó alguna vez que en mi infancia, pongamos los cuatro años, me invadió una tristeza imposible para alguien tan pequeño y que la solución fue hacerme abrazar una planta de ruda que se marchitó al poco tiempo, lo siguiente fue cortarla de raíz y llevarme a tirarla al río que corre por mi colonia. Tal vez tampoco sabré aunque lo dudo, que un octubre cuando tuve frente a mis ojos a mis héroes de la adolescencia, supe lo rápido que puede latir el corazón. Ahora sueño con cumplir mis promesas, agradecer a mis amigos y tener un poco de los primeros años, aunque de lo anterior puedo prescindir totalmente si tan solo se me concede recordar para siempre, el rostro de mi madre.
Estas líneas van para los dos seres que realmente amo en esta vida: mis viejos.
Y a Danielo con un cariño infinito ( feliz cumpleaños)
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viernes, 3 de julio de 2009
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